Hemos participado en el XI Festival de cine comunitario Ojo al Sancocho (Bogotá) con un taller de vídeo y género que ha dejado una huella en Ciudad Bolívar y en nosotras. Te compartimos nuestra experiencia.

En lo alto de una loma del barrio de Potosí, en Bogotá, hay un árbol en disputa, el único que queda. Impertérrito, se divisa desde los balcones del Instituto Cerros del sur. Este instituto también es único, no tiene verjas, entra quien gusta. Es algo así como un manantial en el barrio del que brotan proyectos atrevidos, como la escuela de cine.

Desde los balcones de Cerro Sur, también se pueden contemplar las hileras de casitas de color pastel y ladrillo crudo que siguen creciendo a medida que llega gente desplazada por el conflicto y la pobreza.

De un edificio metalizado con forma de caja, salen rayos de luz por la noche. Es el Potocine. Un cine con pantalla gigante y butacas, un cine de verdad…, y a la vez especial: lo ha construido la propia comunidad y también es ella quien lo gestiona.

Del 6 al 13 de octubre, Potocine no ha parado de proyectar ininterrumpidamente piezas de cine comunitario y alternativo nacional e internacional para todos los públicos. El Festival de cine comunitario Ojo al Sancocho, en su XI edición, ha vuelto desbordar Ciudad Bolívar con cine, música local, charlas, talleres y conferencias. Impensable teniendo en cuenta que Ciudad Bolívar tiene más de un millón de habitantes y más de 350 barrios.

Por las mañanas podías ver cientos de niñas y niños caminado de la mano de su cole al Potocine. En esta edición, se ha proyectado un largo rodado en el barrio por la propia chavalada. La tarde de su estreno, la sala estaba repleta de pelaos tatuados, habían acudido con sus mejores galas, se reían a carcajadas y aplaudieron con furia la escena de la persecución grabada con drones.

Y mientras tú estás en Potocine, emocionada viendo a las protas al final de la peli diciendo con gran desparpajo cómo la escuela de cine les ha cambiado la vida, en otra loma de casitas de colores, a una hora en carro mínimo, el equipo de coordinación del Festival ha montado una pantalla gigante y un techado; porque nunca se sabe si lloverá. El consejo comunal sirve agua panela bien caliente para aguantar el frío que envuelve la montaña por las noches y, entre corto y corto, grupos locales de rap tocan en directo. Cine y música bajo las estrellas. El equipo de coordinación, que parece omnipresente, cierra su jornada cada noche extasiado y embriagado. “Hoy ha sido increíble”, los escucho decir cuando descargan del camión cientos de sillas que ha llevado el cine a otro barrio.

Un ingente trabajo comunitario y de base sostiene este Festival poderoso. Desde las cocineras comunitarias que nos alimentan tres veces al día o las casas a disposición de las personas invitadas que venimos de fuera, hasta las guirnaldas que han colocado en las calles para indicarnos el camino seguro de las casas al cine.

Por las tardes, las aulas de Cerros del Sur acogen talleres diversos. Nosotras, como invitadas internacionales, pusimos nuestro granito de arena con un taller de género durante tres días.

Todo fue surgiendo, al tempo latinoamericano, como por arte de magia. Más de quince mujeres decidimos hacer una intervención pública en el barrio y entrevistar al vecindario. Unas grafiteras vendrían a abocetar un lema que tomamos prestado del colectivo feminista boliviano Mujeres creando. “Ni las mujeres ni las montañas, somos territorio de conquista”. Va por todas nosotras y por el árbol impertérrito de Potosí, ese que quieren talar para sacar la piedra.

También nos compinchamos previamente con varios vecinos y vecinas para los falsos testimonios. El día de la grabación, no teníamos claro el muro donde íbamos a pintar y las grafiteras se quedaron atrapadas por el paro estudiantil. Pero todo salió… mucho mejor de cómo lo imaginábamos. En el camino, se sumaron otras mujeres y niñas al grafiti, las cocineras cambiaron los cuchillos por las brochas y don Álvaro, el testimonio del macho alfa, se acercó al final con empanadillas para todas. Hasta Bienvenida, la ama de llaves del instituto, improvisó una melodía a golpe de tambor con la frase que grafiteamos.

Nos enamoramos profundamente de este festival.

 

 

 

 

 

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